AL MAL TIEMPO, BUENA CARA
Lo
cuestiono, desde cualquier puto punto
de vista lo cuestiono. Y tengo motivos suficientes y contundentes para
cuestionarlo, y seguir haciéndolo.
Si alguna vez te
dijeron que al mal tiempo pusieras buena cara, pues te han visto la cara de
payaso. O eso creo. Al mal tiempo no hay que ponerle buena cara, puesto que se
traduciría en un conformismo mediático. Y tú, ¿quisieras ser un conformista
(mediático)? No lo creo. Absolutamente, no.
Al mal tiempo hay que
ponerle mala cara o, al menos, una cara cuestionable; una cara inconformistamente mediática. ¿Sabes el
por qué? Porque sería la única manera de darse por enterado que hay un mal
tiempo y que tu mala cara es la reacción inmediata a él; y que a medida que vaya
pasando el tiempo harás, incluso, algo para desvirtuar a ese mal tiempo. Cosa
que no podrías hacer si muestras, por el contrario —y todo el tiempo—, buena
cara: porque estarías acostumbrándote a lo mismo, una y otra vez. Una y otra
vez hasta que debas aceptar que el mal tiempo ya forma parte de ti, de tu
alrededor, de tu vida. En pocas palabras, le estarías dando permiso al mal
tiempo para que se adueñe de ti e hiciera a diestra y siniestra lo que
quisiera. Y tú, ¿quisieras que el mal tiempo fuese tu aliado imprescriptible? No
lo creo. Absolutamente, no.
¿Comprendes lo que
acabas de leer? Una cosa es una cosa y otra cosa es otra: o sea, una cosa es
convertir una pequeña posibilidad en una gran oportunidad; y otra es sobrevivir
a base de simples, llanas y devaluadas oportunidades.
Te haré el favor de
resumir todo eso con un claro (oscuro) ejemplo. Y, si te pones a pensar, es
bastante cierto:
Hay un hombre
desolado, sediento y perdido que está en busca de preciada agua para saciar su
sed. Un hombre solapado, adinerado y prepotente se ofrece a saciar su sed a
cambio de su trabajo. El hombre, sediento de agua, sin pensarlo dos veces, acepta.
El prepotente le dice que le dará solo unas pocas gotas de agua,
diariamente, a cambio de su duro trabajo bajo el sol, por más de 12 horas,
diariamente y sin descanso. El pobre hombre, cegado por su inconmensurable sed,
acepta nuevamente sin pensárselo ni un poco.
Lo que no sabía el sediento
es que a unos no tan escasos metros del lugar que se encontraba había un pozo
de agua. Un pozo con suculenta y fresca agua. El prepotente no le quiso decir,
y en ningún momento pensó en decírselo.
Ahora, ponte a pensar:
si el prepotente le hubiese dicho al sediento que a unos no tan escasos metros
del lugar en cuestión había un pozo con suculenta y fresca agua, ¿crees que él
no hubiera puesto su máximo esfuerzo para llegar a tal lugar y al fin saciar su
sed? Yo, particularmente, creo que sí.
Allí radica la
diferencia, he allí.
Posdata: sí, puede que
parezca molesto, lo sé; pero, más que eso, estoy decepcionado. ¿Pero sabes qué? No
importa, realmente no importa. ¿Sabes el por qué? Porque al mal tiempo hay que
ponerle una indiscutible buena cara...
Comentarios
Publicar un comentario