DESAPARECIDO (PARTE I)
Un chico llora
desesperadamente, llora internamente. Sus replicas no se hacen escuchar. Por
más que lo intente, nada le resulta. Desesperado, muy desesperado. No sabe qué
hacer y ya está cansado. Cansado de su simpatía y de la antipatía de su
alrededor. Quiere brillar, cree que puede brillar, pero simplemente no lo hace
porque nadie es capaz de hacérselo saber. Sube a la terraza de su edificio,
respira aire fresco y se despeja. Se duerme, sueña; se asusta, se enfría; amanece,
se despierta. Hacía un calor insoportable, pero el chico tampoco quería que hubiera frío. No sabe lo que quiere, en realidad, pero, aun así, decide seguir hacia
adelante, aunque desista cada vez más, cada milímetro más. Vive al margen,
acondicionado, atropellado y algo desorbitado. No recibe consejos, no aguanta
las críticas y, para variar, tampoco se expresa. El chico toma una decisión:
decide alejarse. No sabe por cuánto, ni cómo, pero decide hacerlo.
Irónicamente, para
alguien nada osado, cree que el momento es ahora. Y, como ahora es ahora, después
no será ahora. Sus ojos reflejan desconsideración. Lujuria, pereza, gula, ira,
envidia, avaricia, soberbia: son los siete pecados capitales, pero para él son
solo vicios casuales. Segregado, despreciado y subordinado, el chico escapa; se
aleja del sistema, se aleja de todos y de sí mismo con la ambición de
encontrarse. El chico partió sin dejar rastro alguno. Partió sin saber lo que
le esperaba. Sin saber que iba a sufrir. Sin saber que iba a volver a vivir.
El chico gritó a lo
largo y ancho para ver si alguien le respondía y, por consiguiente, saber si le
acompañaban; pero no, no fue así. Su grito retumbó y luego se desvaneció entre
la espesa humedad del lugar en cuestión. Lugar desconocido para él, y razón
suficiente para que se sintiera inseguro e intrigado. El chico estaba estresado
y arrepentido de su decisión, pero sabía que ya no había vuelta atrás; así que
decidió enfrentar las cosas de la manera más torpe posible. Considera que nada
de lo que está haciendo tiene sentido, ni de lo que hizo a lo largo de su vida.
Empieza a tararear una de sus canciones favoritas, All I Want, para conseguir
la calma. Aunque la consigue, replica que la canción no durará para siempre,
por consiguiente, cree que nada es para siempre. El chico solo llevaba consigo
una caja de cigarros con varios crayones, una bandana con el lema de su antigua
banda y el poema que nunca se atrevió a recitarle a la chica que le gustaba.
La noche caía, los
gatos maullaban, el frío retumbaba y, como por arte de magia, el chico se
lamentaba.
—¿Valió
la pena todo esto? —murmuró Josef.
—No, no valió —respondió su subconsciente mientras
estaba somnoliento—. Y tampoco valió la pena que hayas dejado de pintar para
ponerte a fumar, o que hayas dejado de tocar para conformarte con un recuerdo
de lo que en otrora fue tu razón de vida, o, peor todavía, que hayas escrito un
poema y te lo hayas guardado por miedo a perder absolutamente nada.
La humedad se hacía más
insoportable, la brisa azotaba, la niebla desconcertaba, el silencio
protagonizaba. El entorno estaba pesado, muy pesado, disgregado.
—Si te duermes, ya sabrás que te habrás dormido toda
una vida, y ni la estampida de diez mil elefantes o el chirrido de una tiza
podrá despertarte de la pesadilla que hoy vives y que predices con mucho
entusiasmo y dolor —dijo el
subconsciente.
—¿Qué esperas de mí? —respondió Josef.
—Nada, absolutamente nada. Solo soy tu subconsciente,
tu peor pesadilla.
—¿Entonces qué haces aquí?
—Estoy aquí porque me necesitas.
—¿Necesitarte? ¡Ja! –rio Josef-. ¿Para qué voy a
necesitar a alguien que solo me está regañando? ¡Dime, por favor!
—Porque quiero ayudarte.
—¿Ayudarme? —dijo él con cierta confusión.
—Si no te ayudo yo, ¿quién más lo hará?
—No lo sé, pero, entonces, deja de regañarme y empieza
a ayudarme ahora mismo, si es lo que quieres.
—No te regaño, amigo, date cuenta, solo intento abrirte
los ojos. De hecho, ya intentaba eso desde el mismo momento que decidiste venir
acá.
—¿Acá dónde? Estoy en tierra de nadie. Estoy más
perdido que tú queriendo ayudarme.
—Acá, tu realidad, tu cruda e indeseable realidad. Si
estuviera perdido, no estuviera aquí; y, si tú lo estuvieras, no me prestaras
tanta atención ahora mismo.
—No me oses —encaró Josef—, soy capaz de cualquier
cosa.
—¿Cómo qué? ¿Como no enfrentarte a las cosas y huir? ¿O
desperdiciar las oportunidades para luego lamentarte sin arte ni parte?
—Serás idiota... ¿Es esa tu venerable ayuda?
—Mejor que nada es. Y sí, seré un idiota, pero no cualquier
idiota hace esto por ti —respondió con enfado el subconsciente.
—No te obligué a hacerlo.
—Pero tengo qué, comprende —enfatizó el subconsciente.
—Solo voy a comprender el hecho de que no necesito tu
ayuda ni la de nadie.
—Solo no podrás llegar a ningún lado.
—¿Y cómo sabes eso?
—No lo sé solo yo, sino tú también. Si no me crees,
pues échale un vistazo a tu pasado.
—No necesito que me sigas recordando
lo que no quiero recordar.
—Eso que no quieres que te recuerde
te está persiguiendo y está agonizando dentro de ti —dijo con un tono
sarcástico su subconsciente.
—¿Podrías dejarme en paz, por favor?
—suplicó Josef.
—Solo cuando decidas comportarte a
la altura de la situación.
—Ya lo estoy haciendo, aquí no hago
daño a nadie ni a nada.
—¡Oh! Sí que lo haces, mi ingenuo
amigo. A ti te haces daño, bastante daño.
—¿¡Y a quién le importa!? —exclamó
Josef—. ¡El daño ya está hecho!
—Lo está, pero se puede reparar.
—No lo quiero reparar, prefiero
estar así.
—¿Acaso tienes miedo de algo?
—No.
—¿Y entonces por qué no intentas de
nuevo hacer las cosas como quisiste hacerlas? ¿¡Qué demonios pierdes!? —preguntó
tajantemente el subconsciente.
—¡Simple... Simple...mente no puedo, es todo! —dijo Josef estremecido.
—Solo es imposible aquello que no se
intenta... Recuerda eso muy bien, amigo, o el sueño en el que siempre quisiste
estar se convertirá en la pesadilla de la cual nunca podrás escapar... —sentenció
con una voz ligera pero penetrante.
[Continuará...]
![]() |
Ilustración de Beeple |
Comentarios
Publicar un comentario